Este
Principio, no recomienda retroceder ante los pequeños inconvenientes, o los
problemas con que tropezamos diariamente. Únicamente se retrocede, según
explica el principio, ante fuerzas irresistibles, tales que indudablemente nos
sobrepasan al enfrentarlas. Retroceder ante las pequeñas dificultades debilita
a la gente, la hace pusilánime y temerosa. No retroceder ante grandes fuerzas,
hace a la gente proclive a todo tipo de fracasos y accidentes.
El
problema aparece cuando no se sabe anticipadamente quién tiene más fuerza, si
uno o la dificultad. Eso habrá de comprobarse tomando pequeñas
"muestras", haciendo pequeñas confrontaciones que no comprometan
totalmente la situación y que dejen espacio libre para cambiar de postura si
ésta fuera insostenible. Antiguamente, se hablaba de "prudencia", esa
era una idea muy próxima a la que estamos explicando.
Pero
hay otro punto: ¿cuándo avanzar? ¿En qué momento el inconveniente se ha
reducido en fuerza, o bien, en qué momento hemos ganado nosotros en fuerza?
Vale la misma idea de tomar "muestras" cada tanto haciendo pequeños
intentos, no definitivos.
Cuando
la fuerza está a nuestro favor y el inconveniente se ha debilitado, el avance
debe ser total. Guardar reservas en tal situación, es comprometer el triunfo
porque no se va adelante con toda la energía disponible.
He aquí la correspondiente leyenda:
Había
en cierto lugar un pescador viejo, padre de tres niños y extremadamente pobre.
Tenía
la costumbre de echar sus redes al agua solamente cuatro veces cada jornada. Un
día entre los días, después de rastrear el río dos veces en vano, sintió una
gran alegría al advertir que, a la tercera, la red pesaba mucho, de modo que
apenas podía recogerla.
Pero
su desencanto no tuvo límites cuando vio que toda su pesca consistía en un asno
muerto que algún mal vecino había tirado al agua. Se lamentó en vos alta de su
desgracia, y disponiéndose a lanzar la red por cuarta vez, dijo:
–La bondad de Alá es infinita.
¡Quién sabe si ahora tendré más suerte!
Cuando
arrastró la red, notó por segunda vez que pesaba mucho, y al abrirla, encontró
una gran copa tapada con una chapa de metal. Separó ésta, vació la copa que
estaba llena de cieno, la miró por todos lados y ya pensaba en llevársela a su
casa para venderla a algún fundidor, cuando de ella empezó a salir una columna
de humo que fue creciendo y espesándose hasta alcanzar la forma de un genio de
proporciones gigantescas: su frente era alta como una cúpula; sus manos grandes
como gradas de labranza; su boca, negra como una caverna; sus ojos, brillantes
como antorchas, y sus piernas altas como árboles.
A
la vista de aquel monstruo, el pescador temblando de miedo, intentó huir, pero
la voz de aquél, imponente como un trueno, lo dejó inmóvil.
–¡No hay más Dios que Alá, y
Salomón es el profeta de Alá! –exclamó el
genio. Y enseguida añadió: –y tú, ¡oh
gran Salomón!, profeta de Alá, mándame, dispón de mí y te obedeceré puntualmente.
–¡Oh, genio poderoso! –replicó el pescador– ¿qué estás diciendo? ¿Acaso
ignoras que Salomón ha muerto hace más de mil ochocientos años? ¿Acaso ignoras
que llegó Mahoma, el profeta de Alá? ¿Pretendes burlarte de mí o estás loco?
–¿Que estoy loco? ¡Por Alá te
juro, que si vuelves a ofenderme habré de darte muerte!
–¿Serías capaz de hacerlo, ¡oh
genio!, después de haberte librado de la prisión en que estabas?
–Escucha mi historia, pescador –dijo el genio–, y comprenderás que mi
amenaza no es en vano: "Has de saber que soy un genio rebelde. Mi nombre
es Shar el Genio; todos los de mi especie prestaron obediencia a Salomón, menos
yo, que huí para no someterme a él. Pero un visir que mandó en mi persecución,
me aprisionó y me condujo encadenado a su presencia. Cuando estuve ante él me
pidió que aceptara su religión; como me negué mando meterme en esa copa en que
me has encontrado, la sello con su sello y dispuso que la arrojasen al mar.
Dentro de mí estrecha prisión, prometí durante el primer siglo, hacer inmortal
al hombre que me liberase. Pero nadie me liberó. Durante el segundo siglo pensé
en hacer dueño de los más ricos tesoros a quien llegase en mi auxilio. Y nadie
llegó. En el tercer siglo prometí que el que me libertase tendría mi poder, mi
fuerza y mi sabiduría; pero también fue en vano. Entonces, dando libre salida a
mi cólera, juré que mataría al hombre que me devolviese la libertad. Ese hombre
eres tú, y nadie te librará de mí venganza".
–Pero si me matas ¡oh genio! –repuso el pescador–cometerás una injusticia que
Alá no te perdonará nunca, ya que pagas con un crimen el bien que te hice
poniéndote en libertad. Piensa, además, que soy casado y tengo tres hijos que
aún no pueden valerse por sí mismos...
Nada
parecía ablandar al gigante, cuyo rostro inmenso iba cada vez tornándose cada
vez más feroz. Comprendió el pescador que su suerte dependía de su ingenio, y,
como no era torpe, ideó una estratagema a la que se agarró como un naufrago a
la tabla que ve pasar a su lado sobre el lomo de una ola.
–¿Estás realmente decidido a
darme muerte? –preguntó el pescador.
–Claro que sí –respondió el monstruo.
–Pues bien; antes de que
cometas esa injusticia, desearía que me sacases de una duda que tengo.
–Habla pronto, que estamos
perdiendo mucho tiempo.
–Tú dices que estabas dentro de
esa copa; pero eso no es cierto. ¿Cómo podrías caber en ella, si apenas entra
una de mis manos? Solo viéndolo podría creerlo.
–¡Ah! eso quiere decir que
desconfías de mí, ¿eh? Pues bien, luego de esto habré de matarte con más gusto
aún, pescador incrédulo y desconfiado.
El
genio empezó entonces a disolverse en humo, hasta que solo quedó una especie de
espiral que entró en la copa y desapareció totalmente. Dentro se sintió una voz
que decía:
–¿Te convences ahora? ¡Oh, pescador desconfiado!
La
contestación del pescador fue poner rápidamente en la copa la tapa que le había
quitado.
El
genio, al verse encerrado nuevamente, gritó y amenazó primero, suplicó después;
pero el pescador no hizo caso de súplicas ni de amenazas y tomando la copa
fingió que iba a arrojarla al agua. De este modo arrancó al genio un renovado
juramento que aquél hubo de cumplir luego de recobrar su libertad.
Los principios
están tomados de “La Mirada Interna, de Humanizar
la Tierra”.
Las historias
con que son acompañados han sido extraídas de textos anónimos y populares (en
algunos casos modificados sustancialmente), de distintas culturas.
Reflexión:
Buscar ejemplos de este
principio en la realidad social y en nuestra vida cotidiana. Diferenciar
entre inconvenientes superables y grandes fuerzas. Describir cómo eran los
registros que uno tenía.
C/ Ponferrada, 4 local (Barrio del Pilar) junto a bar Pichy - 28029 Madrid
Metro Peñagrande
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