martes, 12 de noviembre de 2019

Taller | Trabajos con el vidrio



Origen del fuego

En épocas remotas e inmemoriales, los hombres recibieron un regalo como caído del cielo. Pudo venir de un meteorito que caía, de un rayo de tormenta o de un volcán que se activaba y que provocaba el incendio. Y pasó que, mientras todos los animales corrían para ponerse a resguardo, el ser humano, prendado y temeroso a la vez de ese fuego, fue capaz de vencer sus instintos y de agarrar una de sus llamas y comprobar que su mundo se transformaría al poseerla. Ese fuego que todo iluminaba, con su brillo dio al mundo nuevos significados y una nitidez que antes el mundo no tenía.

Pasaron muchos años, casi un millón, entre que el fuego fue conservado y transportado a que se supiera producir de forma voluntaria.

En la etapa de la conservación aparecieron los rudimentos de los primeros hornos que con el tiempo fueron transformándose en hornos capaces de llegar a producir mayores temperaturas, pasando de los 600º de la fogata hasta los 1.300 y 1.600º necesarios para fundir el vidrio y el hierro.

¿Qué tiene la especie humana que fue capaz de desafiar a su destino para enfrentarse a esa fuerza de la naturaleza y acercarse a su tremenda fuerza de calor?

¿Quizás la posibilidad de futurización e imaginar las cosas que podría hacer a futuro con el fuego? ¿Quizás su curiosidad, el ir más allá y el superarse a sí mismo y vencer su peculiar fragilidad?

El caso es que creían que el fuego estaba en las cosas, en la madera, los huesos, o las piedras, y seguramente ese fuego que veían afuera le resonaba también internamente y pensaban que lo tenían adentro.

En los mitos, Prometeo les dio a los hombres la caña hueca con la luz del fuego que de lejos se ve para que los hombres salieran de la oscuridad y aspiraran a conquistar su libertad y su inmortal destino.

Orígenes del vidrio

Se cuenta que, en Siria, cuando unos mercaderes de natrón, probablemente en ruta hacia Egipto, preparaban su comida al lado del río y al no encontrar piedras para colocar sus ollas, pusieron trozos del natrón que llevaban como carga. A la mañana siguiente vieron cómo las piedras se habían fundido y su reacción con la arena había producido un material brillante, vítreo, similar a una piedra artificial.

El Natrón (carbonato de sodio) en el antiguo Egipto era considerado como algo "divino", y "puro" y fue muy utilizado para embalsamar. Junto a la sílice, la arena, producirían primero, los vitrificados cerámicos y después el vidrio.

Para nosotros, el vidrio es la última etapa en la experiencia con los fuegos. Nos inspira y nos abre nuevos espacios en los que surgen nuevos significados. Ha habido muchas cosas que aprender y que hacer antes de llegar hasta aquí y muchos pesos que aligerar en el camino. Es algo un tanto mágico que, de algo tan potente, de esos 1.300º de fuego al que tu cabeza te dice que te acerques, pero al que tu cuerpo te dice que retrocedas, nazca algo tan liviano y frágil como una gotita de vidrio. Esta es una etapa en la que nuestra intención se revaloriza para orientarnos en el futuro.

Trabajo con el vidrio

El el taller de vidrio fundimos vidrio y tratamos de revivir las mismas sensaciones que tuvieron los primeros homínidos en sus inicios con la experiencia del fuego. Trabajamos con altas temperaturas, llegando a los 1.200- 1.300º C, temperatura necesaria para que el vidrio este líquido y que corra, con una textura similar a la del caramelo líquido.

El trabajo con el vidrio nos exige mantener un tono atencional alto durante varias horas. Es un trabajo delicado. Al menos se necesitan de cuatro a cinco horas para tener el vidrio fundido.



Soplado

Para las prácticas de soplado utilizamos la caña. Hay unos pasos muy sencillos para producir burbujas de vidrio. El problema que nos vamos a encontrar es que estamos en un medio muy impactante, cerca de un fuego a 1.200º, trabajando con una herramienta que está también muy caliente y tenemos un breve tiempo hasta que el vidrio se endurece.

Todo este proceso es como un baile, hay que ser cuidadosos con su ritmo, estar calmados, atentos y conectados en cada paso. Hay que dejar que brote lo mejor de cada uno de nosotros en esta danza milenaria del fuego.