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jueves, 10 de febrero de 2022

La mirada propia y la de los otros

 

Son numerosos los factores que han actuado en nosotros para ir produciendo un comportamiento personal a lo largo del tiempo, una codificación en base a la cual damos respuestas y nos ajustamos al medio. 

Frente a nuestro medio de formación actuábamos con modos característicos. De cara a los valores establecidos arremetíamos contra ellos, o los aceptábamos, o nos replegábamos sobre nosotros mismos. Así íbamos formando nuestras conductas en el mundo de relación, pero existían además reajustes continuos.

Mirábamos ese mundo y mirábamos a otras personas mientras actuábamos. Parejamente, éramos “mirados” por otros que nos alentaban o nos reprobaban.

Desde luego, existía una “mirada institucional” propia del sistema legal, también una “mirada propia de las convenciones y costumbres”. También para algunos una mirada más compleja. Una mirada ‘externa’, pero que nos escrutaba no solamente en nuestro comportamiento externo, sino en nuestras intenciones más profundas. Era la “mirada de Dios”. Para otros era la “mirada de la propia conciencia”, entendiendo a esta como una disposición moral del pensamiento y la conducta.

La “mirada externa” es la propia mirada, interpretada como si fuera la del otro, siempre es la mirada de uno; lo que pasa con este tipo de mirada es que al no reconocerla como propia (ya que es la parte de uno mismo que no se reconoce como propia), se transforma en la “mirada del otro”.

Las miradas en general se desprenden de creencias (de lo que creo en general y particularmente de las cosas). Como el paisaje de formación es una suma de creencias, lo que se puede modificar es la mirada que se tiene del propio paisaje. 

La verdadera actitud de nuestra vida actual, es la suma de creencias de nuestro paisaje de formación. Todas las miradas se mueven dentro de esta misma lógica.

En cuanto a la mirada ligada al “enemigo” (a veces ubicamos un “enemigo” en nuestra vida: alguien que nos ha perjudicado, criticado o dañado de alguna manera y que nos genera resentimiento), es aquella mirada lanzada y proyectadas como imagen sobre una persona en la cual observo una mayor estructura de carencias propias. Es de interés describir al propio enemigo si se le tiene identificado, ya que este mecanismo es útil para describir el conjunto de creencias que existen en uno mismo.

Para ir chequeando cómo se va avanzando con respecto a la comprensión del trabajo del paisaje de formación, es importante apercibirse de las verdaderas actitudes o antepredicativos (son aquellas que están instaladas previo a lo que hagas o digas cualquier cosa) o prejuicios.

Hay prejuicios epocales y estos se relacionan con otros prejuicios ligados al propio paisaje de formación, es decir, al medio inmediato en que me formé.

La propia mirada sobre el mundo y las “miradas ajenas” sobre uno mismo, actuaban pues como reajuste de conducta y gracias a todo esto se fue formando un comportamiento. Hoy ya contamos con un enorme sistema de códigos acuñados en nuestra etapa de formación.

Nuestra conducta responde a él y se aplica a un mundo que, sin embargo, ha cambiado.

(Del libro Autoliberación, de Luis Alberto Ammann)

miércoles, 23 de octubre de 2019

¿Qué es el "paisaje de formación"?

Nacimos en una época en la que existían vehículos, edificios y objetos en general, propios de aquel momento; también existían ropas y aparatos de uso cotidiano. 

Era un mundo de objetos tangibles que se fue modificando a medida que pasaron los años. Cotejando, descubrimos que muchos objetos que formaron parte de nuestro medio infantil, ya no existen. Otros han sido tan modificados que se nos tornan irreconocibles. Por último, han sido producidos nuevos objetos de los que no se tenía antecedentes en aquella época. Basta recordar los juguetes con los que operábamos y compararlos con los juguetes de los niños de hoy, para entender el cambio de mundo producido entre dos generaciones.

Pero también ha cambiado el mundo de objetos intangibles: valores, motivaciones sociales, relaciones interpersonales, etc. En nuestra infancia, en nuestra etapa de formación, la familia funcionaba de un modo diferente al actual; también la amistad, la pareja, el compañerismo. Lo que se debía hacer y lo que no (es decir, la normativa de la época), los ideales personales y grupales a lograr, han variado considerablemente. 
En otras palabras: los objetos tangibles e intangibles que constituyeron nuestro paisaje de formación, se han modificado. 

Pero he aquí que, en este mundo que ha cambiado, mundo en el que opera un paisaje de formación diferente para las nuevas generaciones, tendemos a operar en base a intangibles que ya no funcionan adecuadamente.

El paisaje de formación se expresa como conducta, como un modo de ser y de movernos entre las personas y las cosas. Ese paisaje también es un tono afectivo general, una “sensibilidad” de época no concordante con la sensibilidad de la época presente. 

La generación que hoy se encuentra en el poder (económico, político, social, científico, artístico, etc.) ha sido formada en un paisaje diferente al actual. Sin embargo, actúa en el momento presente e impone su punto de vista y su comportamiento como “arrastre” de otra época. Las consecuencias de la no concordancia generacional, están hoy a la vista. 


La imagen puede contener: 5 personas, personas de pie

La dialéctica generacional siempre ha operado y que eso es, precisamente, lo que dinamiza a la historia humana. Pero lo que estamos destacando es que la velocidad de cambio se está acelerando cada vez más y que estamos en presencia de un ritmo vital muy diferente al que se sostenía en otras épocas. 

Con solo mirar el avance tecnológico y el impacto de las comunicaciones en el proceso de mundialización, comprendemos que en nuestra corta vida ha ocurrido una aceleración que supera a centurias completas de otro momento histórico.

La “mirada” propia y la de los otros, como determinantes de conducta en el paisaje de formación

A lo largo de nuestra vida hemos ido produciendo un comportamiento personal, una codificación en base a la cual damos respuestas y nos ajustamos al medio. 

Si repasamos nuestra biografía, vemos que, de cara a los valores establecidos arremetíamos contra ellos, o los aceptábamos, o nos replegábamos sobre nosotros mismos. Así, íbamos formando nuestras conductas en el mundo de relación, pero existían además reajustes continuos. 

Mirábamos ese mundo y mirábamos a otras personas mientras actuábamos. Reconsiderábamos nuestra acción, proponiéndonos nuevas conductas, nuevos ajustes. Al mismo tiempo, éramos “mirados” por otros que nos alentaban o que nos reprobaban. Desde luego, existía una “mirada” institucional propia del sistema legal; también una “mirada” propia de las convenciones y costumbres. También existía para algunos una “mirada” más compleja. Una mirada externa, pero que nos escrutaba no solamente en nuestro comportamiento externo, sino en nuestras intenciones más profundas. Era la mirada de Dios. Para otros, era la mirada de la propia “conciencia” entendiendo a esta como una disposición moral del pensamiento y la conducta. 

La propia mirada sobre el mundo y las miradas ajenas sobre uno mismo, actuaban pues como reajustes de conducta y gracias a todo esto se fue formando un comportamiento. Hoy ya contamos con un enorme sistema de códigos acuñado en nuestra etapa de formación. Nuestra conducta responde a él y se aplica a un mundo que, sin embargo, ha cambiado.

El “arrastre” de conductas del paisaje de formación en el momento actual

Numerosas conductas forman parte de nuestro comportamiento típico actual. A esas conductas podemos entenderlas como “tácticas” que utilizamos para desenvolvernos en el mundo. Muchas de esas tácticas han resultado adecuadas hasta ahora, pero hay otras que reconocemos como inoperantes y hasta como generadoras de conflicto. 

Conviene discutir brevemente esto. ¿Por qué habría de continuar aplicando tácticas que reconozco ineficaces o contraproducentes? ¿Por qué me siento sobrepasado por esas conductas que operan automáticamente? Apelaremos a un término que tomaremos prestado a la psicología clásica, para referirnos a esas fuerzas internas que nos obligan a actuar a pesar nuestro, o nos inhiben en la acción cuando queremos realizarla. El término que usaremos será “compulsión”. 

Sabemos de numerosas compulsiones que actúan en nosotros. Es hora de aplicar una mirada situacional y comprender que aparte de los factores subjetivos que actúan como tensiones, climas, imágenes, etc., existen conductas grabadas y codificadas ya en nuestra etapa de formación, que resultaron más o menos eficaces en aquellas épocas pero que hoy ya no funcionan adecuadamente. Debemos revisar todo esto desde su raíz y renovarnos frente a las exigencias de los nuevos tiempos.

Propuesta de un autoconocimiento situacional

Vamos a reconstruir nuestro paisaje de formación a grandes rasgos, poniendo énfasis no en los objetos tangibles de aquella época, sino en los intangibles. Observaremos nuestra estructura familiar y los valores que en ella tenían vigencia: aquello que era bien visto y aquello que era reprobado. Observaremos las jerarquías y los roles establecidos. Sin criticar nada, tratando de no juzgar... simplemente describiendo. Describiendo los intangibles que se daban en la relación con los amigos, en la escuela, en la relación con otro sexo, en el medio social en que tocaba actuar. Sin juzgar. 


Una vez descrito, trataremos de sintetizar cómo era ese paisaje apoyándonos en modas, edificaciones, instrumentos, vehículos, etc., dándole apoyo objetal al paisaje de formación. Por último, Trataremos de rescatar la “sensibilidad”, el tono afectivo general de los momentos más importantes de nuestro paisaje de formación. Tal vez la música, los héroes del momento, la ropa codiciada, los ídolos del mundo de los negocios, de la política, del cine, del deporte, sirvan como referencias para captar el tono afectivo que, como trasfondo, operaba en nuestro mundo circundante. Examinando cómo “mirábamos” todo aquello y cómo éramos “mirados” por los miembros de ese mundo. Cómo juzgábamos todo aquello y el modo en que reaccionábamos. No lo juzgues desde tu “hoy”, hazlo desde aquella época. ¿Cómo era tu choque, tu huida, tu repliegue, tu acuerdo? 

Pero no te digas ahora si aquello estaba bien o mal. Simplemente describe. 

Estamos ahora en condiciones de comprender cómo aquellas conductas y aquel tono afectivo general han llegado hasta aquí, hasta el día de hoy. Estudiaremos pues, el “arrastre” de aquellas épocas en materia de acción y de “sensibilidad”. No hay que desorientarse por la modificación de las conductas, ya que muchas de ellas conservan la misma estructura aunque se hayan sofisticado considerablemente a lo largo del tiempo. Muchas “tácticas” han ido mejorando, pero otras han quedado fijas, sin adaptación creciente. Hay una relación entre esas conductas fijas, esas tácticas, con el tipo de sensibilidad de aquella época. Necesitamos saber si estamos dispuestos a abandonar de aquella sensibilidad que, desde luego, involucra valoraciones que mantenemos en pie. 

Llegamos a un momento de profunda meditación. No se está sugiriendo abandonar los valores y la sensibilidad de nuestra etapa de formación. Estamos hablando de algo diferente; de comprender como todo aquello opera en nuestro momento actual. 

Cada uno debe decidir para producir los cambios que juzgue necesarios. Pero aquí, las modificaciones que operes serán estructurales y situacionales, ya no simplemente subjetivas porque estás cuestionando la relación global con el mundo en que vives. 

Este trabajo no sería una práctica más sino una meditación sobre la propia vida. De exponer ante los propios ojos la verdad de nuestra relación personal con el mundo. 

¿Cuál es la orientación de nuestra vida? En este campo existe bastante confusión. Así, por ejemplo, una pareja planifica su futuro: aspira a una vida plena de comprensión y acuerdo, quiere realizar una existencia compartida y definitiva. Como estos planificadores son gentes prácticas, no dejan de calcular cuestiones de ingresos, gastos, etc. Al pasar cinco años comprueban que la planificación resultó adecuada. Los ingresos han sido exitosos y han conseguido numerosos objetos que antes deseaban tener. Todo lo tangible ha resultado mejor aún que lo previsto. Nadie en su sano juicio hablaría de un fracaso de planificación. Pero es claro que habrá que determinar si los intangibles que eran la base del plan a desarrollar se lograron plenamente. En materia de prioridades el primario era la vida en pareja, plena de comprensión y acuerdo; los objetos tangibles eran secundarios necesarios para lograr aquel resultado en la práctica. Si las cosas fueron de esa manera, el plan vital resultó un éxito, si las prioridades se invirtieron o el término más importante desapareció de escena, la planificación concluyó en fracaso. 

En una planificación adecuada será conveniente comprender desde “dónde” se hace, cuál es la dirección mental que traza el camino del plan. ¿Cómo no preguntarse si una planificación está dictada por las mismas compulsiones que hasta el momento han guiado numerosos desaciertos en la acción? 

Convendrá aclarar cuál es la dirección mental desde la que se lanza el proyecto, observando si se trata de una compulsión o de algo meditado.

viernes, 11 de octubre de 2019

Talleres: Aprendiendo a entender nuestro paisaje de formación




Hemos nacido en una época donde las modas, objetos, estilos de vida, creencias y valores eran muy diferentes a los actuales. Las cosas han cambiado y siguen haciéndolo cada vez más rápido.

Pero nuestros ojos siguen mirando desde el paisaje que nos formó y que ya no existe. Nuestra conducta está codificada desde esos aprendizajes iniciales y no siempre es adecuada u oportuna.

Estas discordancias son el origen del choque generacional, que no siempre entendemos bien.

Para comprender mejor todo esto, vamos a realizar una serie de talleres a lo largo de octubre y noviembre que nos ayuden a aclarar de "dónde venimos" y cuál es nuestro paisaje de formación.

Miércoles a las 19:30 h
Centro Humanista Barrio del Pilar
C/ Ponferrada, 4
Metro Peñagrande
Info: 617 722 444

domingo, 26 de noviembre de 2017

Modelos de vida: la pareja ideal (II)


Los modelos de vida

1.    En tu paisaje interno hay una mujer o un hombre ideal que buscas en el paisaje externo a través de tantas relaciones, sin poder jamás tocar. Salvo el corto período en que el amor completo deslumbra con su chispa, esos pedernales no coinciden en un punto preciso.
2.    Cada cual y a su modo, lanza su vida hacia el paisaje externo buscando completar sus modelos ocultos.
3.    Pero el paisaje externo va imponiendo leyes propias y cuando pasa un tiempo, lo que fue el más acariciado ensueño resulta en una imagen por la que se experimenta ahora vergüenza o, cuando menos, un desvaído recuerdo. No obstante, existen profundos modelos que duermen en el interior de la especie humana esperando su momento oportuno. Esos modelos son la traducción de los impulsos que entrega el propio cuerpo al espacio de representación.
4.    No discutiremos ahora el origen ni la consistencia de tales modelos; ni tampoco hablaremos de la complejidad del mundo en que se encuentran. Habremos simplemente de anotar su existencia, destacando que su función es compensar necesidades y aspiraciones que, a su vez, motivan la actividad hacia el paisaje externo.
5.    Las culturas y los pueblos dan su singular respuesta al paisaje externo siempre teñida por modelos internos que el propio cuerpo y la historia han ido definiendo.
6.    Es sabio quien conoce sus modelos profundos y más sabio es aún quien puede ponerlos al servicio de las mejores causas.
(El Paisaje Interno. humanizar la Tierra. Silo)

martes, 21 de noviembre de 2017

La reconciliación y la pareja ideal (I)


La propuesta de la semana pasada era trabajar el tema de la "pareja ideal" desde el punto de vista de la reconciliación. La "pareja ideal" es un modelo de vida que nos mueve en su búsqueda al mundo externo para completar un modelo interno más profundo. Lo sepamos o no, esos modelos operan en nosotros y nos movilizan. Mejor saberlo, conocerlos, conocernos y comprender las necesidades y aspiraciones que los impulsan.
«Es sabio quien conoce sus modelos profundos y más sabio es aún quien puede ponerlos al servicio de las mejores causas» (El Paisaje Interno. humanizar la Tierra. Silo).
Los modelos y la pareja ideal son un tema. Pero, a su vez, están relacionados con la autoestima y con nuestro paisaje de formación, de dónde venimos y lo que hemos aprendido.

Sobre la autoestima, es interesante la escena de la película francesa del 2005 "Angel-A", de Luc Besson. En esta escena Ángela podría ser tanto el modelo de pareja ideal como la voz de su mundo interno pidiéndole al protagonista que se valore a sí mismo. ¿Qué opináis?