Era un mundo de objetos tangibles que se fue modificando a medida que pasaron los años. Cotejando, descubrimos que muchos objetos que formaron parte de nuestro medio infantil, ya no existen. Otros han sido tan modificados que se nos tornan irreconocibles. Por último, han sido producidos nuevos objetos de los que no se tenía antecedentes en aquella época. Basta recordar los juguetes con los que operábamos y compararlos con los juguetes de los niños de hoy, para entender el cambio de mundo producido entre dos generaciones.
Pero también ha cambiado el mundo de objetos intangibles: valores, motivaciones sociales, relaciones interpersonales, etc. En nuestra infancia, en nuestra etapa de formación, la familia funcionaba de un modo diferente al actual; también la amistad, la pareja, el compañerismo. Lo que se debía hacer y lo que no (es decir, la normativa de la época), los ideales personales y grupales a lograr, han variado considerablemente.
En otras palabras: los objetos tangibles e intangibles que constituyeron nuestro paisaje de formación, se han modificado.
Pero he aquí que, en este mundo que ha cambiado, mundo en el que opera un paisaje de formación diferente para las nuevas generaciones, tendemos a operar en base a intangibles que ya no funcionan adecuadamente.
El paisaje de formación se expresa como conducta, como un modo de ser y de movernos entre las personas y las cosas. Ese paisaje también es un tono afectivo general, una “sensibilidad” de época no concordante con la sensibilidad de la época presente.
La generación que hoy se encuentra en el poder (económico, político, social, científico, artístico, etc.) ha sido formada en un paisaje diferente al actual. Sin embargo, actúa en el momento presente e impone su punto de vista y su comportamiento como “arrastre” de otra época. Las consecuencias de la no concordancia generacional, están hoy a la vista.
La dialéctica generacional siempre ha operado y que eso es, precisamente, lo que dinamiza a la historia humana. Pero lo que estamos destacando es que la velocidad de cambio se está acelerando cada vez más y que estamos en presencia de un ritmo vital muy diferente al que se sostenía en otras épocas.
Con solo mirar el avance tecnológico y el impacto de las comunicaciones en el proceso de mundialización, comprendemos que en nuestra corta vida ha ocurrido una aceleración que supera a centurias completas de otro momento histórico.
La “mirada” propia y la de los otros, como determinantes de conducta en el paisaje de formación
A lo largo de nuestra vida hemos ido produciendo un comportamiento personal, una codificación en base a la cual damos respuestas y nos ajustamos al medio.Si repasamos nuestra biografía, vemos que, de cara a los valores establecidos arremetíamos contra ellos, o los aceptábamos, o nos replegábamos sobre nosotros mismos. Así, íbamos formando nuestras conductas en el mundo de relación, pero existían además reajustes continuos.
Mirábamos ese mundo y mirábamos a otras personas mientras actuábamos. Reconsiderábamos nuestra acción, proponiéndonos nuevas conductas, nuevos ajustes. Al mismo tiempo, éramos “mirados” por otros que nos alentaban o que nos reprobaban. Desde luego, existía una “mirada” institucional propia del sistema legal; también una “mirada” propia de las convenciones y costumbres. También existía para algunos una “mirada” más compleja. Una mirada externa, pero que nos escrutaba no solamente en nuestro comportamiento externo, sino en nuestras intenciones más profundas. Era la mirada de Dios. Para otros, era la mirada de la propia “conciencia” entendiendo a esta como una disposición moral del pensamiento y la conducta.
La propia mirada sobre el mundo y las miradas ajenas sobre uno mismo, actuaban pues como reajustes de conducta y gracias a todo esto se fue formando un comportamiento. Hoy ya contamos con un enorme sistema de códigos acuñado en nuestra etapa de formación. Nuestra conducta responde a él y se aplica a un mundo que, sin embargo, ha cambiado.
El “arrastre” de conductas del paisaje de formación en el momento actual
Numerosas conductas forman parte de nuestro comportamiento típico actual. A esas conductas podemos entenderlas como “tácticas” que utilizamos para desenvolvernos en el mundo. Muchas de esas tácticas han resultado adecuadas hasta ahora, pero hay otras que reconocemos como inoperantes y hasta como generadoras de conflicto.Conviene discutir brevemente esto. ¿Por qué habría de continuar aplicando tácticas que reconozco ineficaces o contraproducentes? ¿Por qué me siento sobrepasado por esas conductas que operan automáticamente? Apelaremos a un término que tomaremos prestado a la psicología clásica, para referirnos a esas fuerzas internas que nos obligan a actuar a pesar nuestro, o nos inhiben en la acción cuando queremos realizarla. El término que usaremos será “compulsión”.
Sabemos de numerosas compulsiones que actúan en nosotros. Es hora de aplicar una mirada situacional y comprender que aparte de los factores subjetivos que actúan como tensiones, climas, imágenes, etc., existen conductas grabadas y codificadas ya en nuestra etapa de formación, que resultaron más o menos eficaces en aquellas épocas pero que hoy ya no funcionan adecuadamente. Debemos revisar todo esto desde su raíz y renovarnos frente a las exigencias de los nuevos tiempos.
Propuesta de un autoconocimiento situacional
Vamos a reconstruir nuestro paisaje de formación a grandes rasgos, poniendo énfasis no en los objetos tangibles de aquella época, sino en los intangibles. Observaremos nuestra estructura familiar y los valores que en ella tenían vigencia: aquello que era bien visto y aquello que era reprobado. Observaremos las jerarquías y los roles establecidos. Sin criticar nada, tratando de no juzgar... simplemente describiendo. Describiendo los intangibles que se daban en la relación con los amigos, en la escuela, en la relación con otro sexo, en el medio social en que tocaba actuar. Sin juzgar.Una vez descrito, trataremos de sintetizar cómo era ese paisaje apoyándonos en modas, edificaciones, instrumentos, vehículos, etc., dándole apoyo objetal al paisaje de formación. Por último, Trataremos de rescatar la “sensibilidad”, el tono afectivo general de los momentos más importantes de nuestro paisaje de formación. Tal vez la música, los héroes del momento, la ropa codiciada, los ídolos del mundo de los negocios, de la política, del cine, del deporte, sirvan como referencias para captar el tono afectivo que, como trasfondo, operaba en nuestro mundo circundante. Examinando cómo “mirábamos” todo aquello y cómo éramos “mirados” por los miembros de ese mundo. Cómo juzgábamos todo aquello y el modo en que reaccionábamos. No lo juzgues desde tu “hoy”, hazlo desde aquella época. ¿Cómo era tu choque, tu huida, tu repliegue, tu acuerdo?
Pero no te digas ahora si aquello estaba bien o mal. Simplemente describe.
Estamos ahora en condiciones de comprender cómo aquellas conductas y aquel tono afectivo general han llegado hasta aquí, hasta el día de hoy. Estudiaremos pues, el “arrastre” de aquellas épocas en materia de acción y de “sensibilidad”. No hay que desorientarse por la modificación de las conductas, ya que muchas de ellas conservan la misma estructura aunque se hayan sofisticado considerablemente a lo largo del tiempo. Muchas “tácticas” han ido mejorando, pero otras han quedado fijas, sin adaptación creciente. Hay una relación entre esas conductas fijas, esas tácticas, con el tipo de sensibilidad de aquella época. Necesitamos saber si estamos dispuestos a abandonar de aquella sensibilidad que, desde luego, involucra valoraciones que mantenemos en pie.
Llegamos a un momento de profunda meditación. No se está sugiriendo abandonar los valores y la sensibilidad de nuestra etapa de formación. Estamos hablando de algo diferente; de comprender como todo aquello opera en nuestro momento actual.
Cada uno debe decidir para producir los cambios que juzgue necesarios. Pero aquí, las modificaciones que operes serán estructurales y situacionales, ya no simplemente subjetivas porque estás cuestionando la relación global con el mundo en que vives.
Este trabajo no sería una práctica más sino una meditación sobre la propia vida. De exponer ante los propios ojos la verdad de nuestra relación personal con el mundo.
¿Cuál es la orientación de nuestra vida? En este campo existe bastante confusión. Así, por ejemplo, una pareja planifica su futuro: aspira a una vida plena de comprensión y acuerdo, quiere realizar una existencia compartida y definitiva. Como estos planificadores son gentes prácticas, no dejan de calcular cuestiones de ingresos, gastos, etc. Al pasar cinco años comprueban que la planificación resultó adecuada. Los ingresos han sido exitosos y han conseguido numerosos objetos que antes deseaban tener. Todo lo tangible ha resultado mejor aún que lo previsto. Nadie en su sano juicio hablaría de un fracaso de planificación. Pero es claro que habrá que determinar si los intangibles que eran la base del plan a desarrollar se lograron plenamente. En materia de prioridades el primario era la vida en pareja, plena de comprensión y acuerdo; los objetos tangibles eran secundarios necesarios para lograr aquel resultado en la práctica. Si las cosas fueron de esa manera, el plan vital resultó un éxito, si las prioridades se invirtieron o el término más importante desapareció de escena, la planificación concluyó en fracaso.
En una planificación adecuada será conveniente comprender desde “dónde” se hace, cuál es la dirección mental que traza el camino del plan. ¿Cómo no preguntarse si una planificación está dictada por las mismas compulsiones que hasta el momento han guiado numerosos desaciertos en la acción?
Convendrá aclarar cuál es la dirección mental desde la que se lanza el proyecto, observando si se trata de una compulsión o de algo meditado.
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