Después de varios meses hemos pasado, con mayor o menor
profundidad, por gran parte de los materiales que trabajamos en estos talleres.
Hemos trabajado con arcilla, resinas, metales, etc.
En todos los casos
pretendíamos obtener una pieza que a veces era copia de otra y a veces era
original. En cualquier caso, también estas piezas originales son copias de otra
imagen que todavía no estaba en el mundo pero si estaba en nuestra cabeza.
Cuando hace un tiempo hicimos el taller de moldes decíamos que siempre
partíamos de una imagen previa, es decir, al iniciar un proceso siempre tenemos
una imagen de como queremos que acabe. Cuando hacemos un plan, lo hacemos
buscando un objetivo que está definido desde el principio. Así es que tenemos
unos materiales y tenemos la imagen de un objeto que queremos producir con esos
materiales. También tenemos unos procedimientos con los que queremos llegar a
esa imagen.
Sucede que el resultado obtenido nunca coincide
con la imagen de lo queríamos conseguir. Si los materiales están en buen estado
y hemos realizado los pasos con perfección nos aproximaremos mucho al resultado
previsto pero en cualquier caso siempre habrá una pequeña diferencia. A veces
el molde del que partíamos era tan defectuoso que en los siguientes pasos esa
diferencia va paulatinamente aumentando hasta hacer irreconocible el resultado.
Otras veces los errores en el proceso se van acumulando hasta llegar a un punto
en que este queda arruinado (por ejemplo, en algunas fundiciones de metal). Aún
en los casos más exitosos siempre encontraremos una diferencia entre lo
planificado y lo obtenido.
En los planes que hacemos en nuestra vida
cotidiana generalmente tenemos que prever esa diferencia y contar con un margen
de error. En el caso de la fabricación de piezas esto hay que solucionarlo al
final, en el acabado.
El acabado consiste en quitar algunas partes de
las piezas reproducidas que no están en el original. Por ejemplo, las piezas
metálicas suelen tener rebabas que podemos limar, la arcilla puede tener una
superficie rugosa que podemos lijar para que quede lisa, etc.
Siempre en ese
acabado podremos “quitar” materia pero generalmente nunca podremos “ponerla”,
así es que tendremos que tener en cuenta esto y prever equivocarnos por exceso,
nunca por defecto. Si las piezas tienen partes donde les falta materia, en
comparación con el original, generalmente las desecharemos.
El acabado se hace con diferentes herramientas,
más o menos agresivas.
Por ejemplo, la arcilla se trabaja con lijas de
diferentes grosores. La resina también se trabaja con lijas y con el dremel que
es una especie de pequeño torno que admite diferentes cabezas para diferentes
tipos de lijado mecánico. Los metales blandos como el peltre se suelen trabajar
con lija y acabar el pulido con algodón. Los metales duros como el bronce y el
hierro igual, pero para quitar las partes más gruesas empezaremos con torno de
esmeril y después dremel, lija y algodón.
En definitiva, el acabado es un último esfuerzo
para aproximar la pieza obtenida a la imagen de lo que queremos obtener. El
acabado es la última prueba de nuestra permanencia, pulcritud y tono. Es la
prueba de que hemos superado todos los obstáculos hasta el final, de que hemos
hecho un trabajo pulcro y nuestra pieza es razonablemente igual a lo previsto y
también es la prueba de que hemos sabido tratar el material con el tono
adecuado en cada uno de los pasos del proceso. Hemos trabajado con perfección.
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