Son numerosos los factores que han actuado en nosotros para ir produciendo un comportamiento personal a lo largo del tiempo, una codificación en base a la cual damos respuestas y nos ajustamos al medio.
Frente a nuestro medio de formación actuábamos con modos característicos. De cara a los valores establecidos arremetíamos contra ellos, o los aceptábamos, o nos replegábamos sobre nosotros mismos. Así íbamos formando nuestras conductas en el mundo de relación, pero existían además reajustes continuos.
Mirábamos ese mundo y mirábamos a otras personas mientras actuábamos. Parejamente, éramos “mirados” por otros que nos alentaban o nos reprobaban.
Desde luego, existía una “mirada institucional” propia del sistema legal, también una “mirada propia de las convenciones y costumbres”. También para algunos una mirada más compleja. Una mirada ‘externa’, pero que nos escrutaba no solamente en nuestro comportamiento externo, sino en nuestras intenciones más profundas. Era la “mirada de Dios”. Para otros era la “mirada de la propia conciencia”, entendiendo a esta como una disposición moral del pensamiento y la conducta.
La “mirada externa” es la propia mirada, interpretada como si fuera la del otro, siempre es la mirada de uno; lo que pasa con este tipo de mirada es que al no reconocerla como propia (ya que es la parte de uno mismo que no se reconoce como propia), se transforma en la “mirada del otro”.
Las miradas en general se desprenden de creencias (de lo que creo en general y particularmente de las cosas). Como el paisaje de formación es una suma de creencias, lo que se puede modificar es la mirada que se tiene del propio paisaje.
La verdadera actitud de nuestra vida actual, es la suma de creencias de nuestro paisaje de formación. Todas las miradas se mueven dentro de esta misma lógica.
En cuanto a la mirada ligada al “enemigo” (a veces ubicamos un “enemigo” en nuestra vida: alguien que nos ha perjudicado, criticado o dañado de alguna manera y que nos genera resentimiento), es aquella mirada lanzada y proyectadas como imagen sobre una persona en la cual observo una mayor estructura de carencias propias. Es de interés describir al propio enemigo si se le tiene identificado, ya que este mecanismo es útil para describir el conjunto de creencias que existen en uno mismo.
Para ir chequeando cómo se va avanzando con respecto a la comprensión del trabajo del paisaje de formación, es importante apercibirse de las verdaderas actitudes o antepredicativos (son aquellas que están instaladas previo a lo que hagas o digas cualquier cosa) o prejuicios.
Hay prejuicios epocales y estos se relacionan con otros prejuicios ligados al propio paisaje de formación, es decir, al medio inmediato en que me formé.
La propia mirada sobre el mundo y las “miradas ajenas” sobre uno mismo, actuaban pues como reajuste de conducta y gracias a todo esto se fue formando un comportamiento. Hoy ya contamos con un enorme sistema de códigos acuñados en nuestra etapa de formación.
Nuestra conducta responde a él y se aplica a un mundo que, sin embargo, ha cambiado.
(Del libro Autoliberación, de Luis Alberto Ammann)