Después de varios meses hemos pasado, con mayor o menor
profundidad, por gran parte de los materiales que trabajamos en estos talleres.
Hemos trabajado con arcilla, resinas, metales, etc.
En todos los casos
pretendíamos obtener una pieza que a veces era copia de otra y a veces era
original. En cualquier caso, también estas piezas originales son copias de otra
imagen que todavía no estaba en el mundo pero si estaba en nuestra cabeza.
Cuando hace un tiempo hicimos el taller de moldes decíamos que siempre
partíamos de una imagen previa, es decir, al iniciar un proceso siempre tenemos
una imagen de como queremos que acabe. Cuando hacemos un plan, lo hacemos
buscando un objetivo que está definido desde el principio. Así es que tenemos
unos materiales y tenemos la imagen de un objeto que queremos producir con esos
materiales. También tenemos unos procedimientos con los que queremos llegar a
esa imagen.
Sucede que el resultado obtenido nunca coincide
con la imagen de lo queríamos conseguir. Si los materiales están en buen estado
y hemos realizado los pasos con perfección nos aproximaremos mucho al resultado
previsto pero en cualquier caso siempre habrá una pequeña diferencia. A veces
el molde del que partíamos era tan defectuoso que en los siguientes pasos esa
diferencia va paulatinamente aumentando hasta hacer irreconocible el resultado.
Otras veces los errores en el proceso se van acumulando hasta llegar a un punto
en que este queda arruinado (por ejemplo, en algunas fundiciones de metal). Aún
en los casos más exitosos siempre encontraremos una diferencia entre lo
planificado y lo obtenido.
En los planes que hacemos en nuestra vida
cotidiana generalmente tenemos que prever esa diferencia y contar con un margen
de error. En el caso de la fabricación de piezas esto hay que solucionarlo al
final, en el acabado.